ADVERTENCIA: ESTA ENTRADA NOS PONE EN UN ESCENARIO DISTÓPICO QUE NO MUESTRA LAS OPINIONES DEL AUTOR SOBRE EL GÉNERO FEMENINO. DESDE DULCE RESILIENCIA HE DEFENDIDO LA IGUALDAD DE LA MUJER EN MATERIA DE DERECHOS INDIVIDUALES, ASÍ COMO NO ME OPONGO A SU INTEGRACIÓN EN EL MUNDO LABORAL, SI ESE ES EL DESEO DE ELLAS.
Una vez aclarado esto, os dejo con la entrada.
Allí la tenía, Alicia. Una chica guapísima, pero que su escaso gusto por la vida de la ejectiva agresiva y su fama de femme fatale la habían alejado de una vida de éxitos en la multinacional de su familia. Se había casado tres veces y había enviudado dos y sólo el último en tenerla andaba vivo, amancebado con su amante brasileña muy lejos de Madrid y lejos de su bella y temperamental exmujer.
Alicia, morena, ojos azules, impresionante, era una mezcla entre Eleanor Parker y Alida Valli. Pero ahora vivía de su inmensa riqueza, toda ella de familia y de los multimillonarios divorcios de sus maridos. Era muy inteligente, y podría haber sido una gran mujer de negocios. Sin embargo, tenía demasiado genio y sus caprichos la hacían una mujer no solo incompatible con la vida laboral, sino muy difícil de domar. Siempre me había sido seductora la idea de dominar a semejante gata en celo con un carácter de mil demonios sólo igualable al de pocos déspotas ilustrados. Y no me imaginaba que esa noche jugaría duro con Alicia.
Alicia subió a mi coche y me dijo:
—Llegas tarde. ¿Qué fue de eso de que no hay que hacer esperar a una dama?
—Alicia, eres mi amiga, no mi novia. Entiende que me da un poco exactamente igual.
—Ya—dice acercándose con suavidad—, pero no dejo de ser una chica.
—Alicia, chiquita, hoy te llevo a cenar. Cierra esa boquita.
Alicia se acomodó en el asiento del Ford y miró por la ventanilla. Sus ojos abiertos como ventanales en su expresión de esfinge dejaban traslucir cierta sorpresa. Nadie en su vida la había mandado callar. Nadie. Pero no le parecía mal... Al contrario, parecía en cierto modo disfrutar, porque de vez en cuando, en los semáforos, la miraba y me sonreía. No con picardía, sino con elegancia, sacando pecho.
Ya en el restaurante, me preguntó:
—¿Por qué no tienes novia?
—Alicia, esa se una pregunta un poco improcedente, ¿no te parece?
—¿Te molesta?
—No, pero tiene una respuesta un poco agresiva.
—¿Eres gay?
—No, mujer. Pero la respuesta que te pueda dar es delicada.
—¿Te importaría explicarme eso en tu casa, cuando vayamos a tomar algo?
—¿Estás segura? Lo digo porque...
—Tú tranquilo. No hay nada que ya me sorprenda.
A la salida del restaurante la lleve a mi piso. Al entrar por la puerta y cerrarla detrás de mi, la llevé a mi dormitorio. Allí lo que hice fue tumbarla en la cama y besarla. Ella me intentó mirar a los ojos y con suavidad esquivé su mirada diciendo:
—Las buenas chicas, sumisas y casaderas jamás miran a los ojos de los hombres.
La empecé a desnudar y le dije:
—Voy a darme la vuelta. Quiero que busques en mis cajones y encuentres ropa que te haga sentirte deseada. Me tendrás que avisar cuando estés lista para "jugar".
En menos de diez minutos, Alicia me dijo que me volviera y me encontré a una Alicia más bella que nunca, con un picardías negro y unas medias de seda. Hierática, pero bella. Alicia siempre fue así. Y eso me ponía. Era como hacerle el amor a una fulana de lujo, pero a la vez era venerable como una diosa. Me miró con curiosidad, como una adolescente que empieza a entender el mundo. Sonrió como si no supiera de qué iba la cosa. Pero me tranquilizó saber que parecía entender su actual situación.
—De rodillas, corazón.
Ella me miró a los ojos, otra vez extrañada. No había captado el mensaje. O eso, o su Alteza Imperial se resistía en ese momento a obedecer órdenes, tal y como había sido siempre. En esas, volví a abalanzarme sobre ella y le tiré del pelo hacia atrás, con el objetivo de que chillara. La tumbé en la cama y le toqué el sexo por debajo del picardías.
—Alicia, ahora yo no soy tu amigo. Ahora soy tu amo y tu eres mi esclava. Y no hay nada que más deteste que una mujer que pretende sacarme de mi trono de Dios. Ahora tendré que castigarte... Me tendrás que perdonar.
Saqué un par de esposas metálicas y dije:
—A la cama. Túmbate boca abajo.
Ella ya estaba jugueteando con mi miembro, lamiéndolo, endulzándolo, tiñiéndolo del rojo de su pintalabios. Esbocé una sonrisa. Los ojos azules de Alicia me taladraron. Alicia se levantó y me dio un beso y luego se tumbó sumisamente en la cama. Me miró con expresión dulce. Sin embargo, antes de que le pusiera las esposas intentó volver a juguetear con mi miembro. Tercer aviso. Me tendí sobre ella, le arranqué el negligué y le dije:
—Muy bien, ricura. Me has quemado. Mientras estés en condición de sumisa, harás lo que a mí me de la gana. Para una vez que puedo dominar a una chica, haré que sea más sumisa que un gato. Agárrate porque esto te va a doler. ¡Quítate las bragas para mí! ¡Vamos, preciosa! ¡Se mi puta!
Lo hizo. Sonreí.
— Acércate a mí.
Se acercó, dulce, anhelante, encantadora, la besé, la tuve en mis brazos diez minutos besándola. Más dulce, más cariñosa, más bonita, más encantadora. Pero no recordaba que solo de besos no vive el hombre.
Porque en ese momento la volteé suavemente y con el mismo hueso divino con el que estaba jugando mientras me besaba, ahora estaba siendo sometida.
La até con las esposas al cabecero de mi cama y la sometí a mi ley más draconiana. Le vendé los ojos y no pare de amarla hasta que mi esperma brotara de dentro de ella. Cuando llegué al climax, no la desaté, sino que estuve a su lado. En ese momento, le quité la venda de los ojos y la miré con ternura. La abracé y le pedí disculpas por haberla tratado tan mal, por haberle hecho tanto daño a una chica tan guapa y encantadora, por haberla sodomizado a sabiendas que a las chicas les duele mucho. Ella esbozó una lágrima, quizás por haber descubierto algo horrible. Aparté su cabello negro, la besé otra vez y me abracé a ella. Hundí la nariz en su pecho, como un niño pequeño en busca de la protección de su madre y le dije:
—¿Ahora entiendes porqué no quiero una novia? Porque los planes que tengo yo para ella hasta que la convierta en mi mujer no son para una chica, sino para una esclava. Porque mientras ella no sea la madre de mis hijos tendrá que soportar mis manías y caprichos, unos deseos que pondrán a prueba su autoestima y su devoción hacia mí. Tendrá que hacer eso alguna vez porque mi imaginación es muy enfermiza. ¿Me entiendes, Alicia?
Desaté a Alicia. Pensé que se vestiría y que no volvería a verla más. Era ley de vida para mí. Si no eras bueno con ellas, no te iban a querer.
Pero contra todo pronóstico, ella se abrazó a mí y dijo:
—Lo he pasado muy bien. Has sido un poco bruto, pero creo que eso se puede pulir. Te voy a dulcificar, amo. Voy a convertirte en un caballero. Y vas a dejar que te convierta a mi religión, chiquito. ¿Entendiste? Soy una mujer insoportable para la mayoría de los hombres, pero tu tampoco eres un angelito. No sé cuanto durará lo nuestro, pero creo que puede ser algo bonito mientras dure. Mientras trato de endulzarte, estoy abierta a tu sucia mente, a tus fantasías, a tu semen y a tus ínfulas de déspota ilustrado... O debería decir, para tu más lasciva recreación... mi amo.
Con esto, ella me guiñó un ojo y besó mi cabeza con suavidad. Y dejó que me quedara en su pecho, mientras le daba suaves lametones en sus bonitos pezones.