miércoles, 18 de diciembre de 2013
Otra vez... ¿O no?
Otra vez en la carretera. Dispuesto a llegar a casa de Helena, saludarla a ella, a su hermana Joyce, a su novio, Lyndon, alias "modelito de Burberry", a otros amigos. 40 millas separan mi casa de la de Helena y, en los 6 años que llevo llendo allí, todo se ha desarrollado exactamente igual. Me he puesto el mismo traje negro, soso, con una corbata negra de funeral, me he metido en mi destartalado Ford Escort y me he puesto de camino. Me paso tres cuartos de hora adelantando camiones que no cejarán en su empeño de bajar la velocidad para que los adelanten y que con cada adelantamiento tengo de copiloto a la señorita de la guadaña. Llego a casa. Helena, estás preciosa. Joyce, estás hecha toda una mujer, Lyndon, bonito traje, Tanner, ¿ya empiezas a tontear? Ten cuidado no te hagas daño. Jack, Rita, Vicky, Louie, Tim...
Cenamos lo mismo de todas las Navidades, como siempre. El mismo pescado, el mismo vino, la misma sidra para los postres... ¿Algo cambia, salvo la conversación, que, desde que Arthur es senador, se basa básicamente en lo que se cuece en el DC? Bueno, a lo mejor sobre los trabajos de cada uno. Lo peor de todo es que ni yo ni Joyce podemos hablar del nuestro. Es la pega de trabajar con muertos... Y no precisamente de viejos, sino con asesinatos, degollamientos, cadáveres con más plomo que una siderurgica... Es lo que tiene el ser forense.
Y ya llegado a postre. ¿Qué mejor que ver el espectáculo de Lyndon y Tanner bebiendo más que los vikingos, y ver como se duermen como gilipollas en el sofá, ante las risas de Helena y la pasividad de todos los demás. Quizás debiera llorar por la pobre Helena, pues siempre repite ella la frase: "Que mono es mi chico" cuando el pobre empieza a reírse. Quizás debiera recordarle que el día que acabamos el instituto, Helena bebió tanto que acabó bailando en una barra americana con la pobre Rita, a la cual arrastró (para pesar de ella) al más ardiente de los números lésbicos. Puedo decir que desde entonces no creo que lo mejor de este mundo sea ser crema hidratante, sino barra americana. Ni yo ni Rita se lo hemos dicho jamás. De hecho, es que nadie se lo dijo a Helena. Era una cosa que creo que puede afectar a la pobre Helena, que se enorgullece de ser una chica ejemplar en su trabajo, una mamma italiana en la cocina y una zorra en cama.
Tras dejar a Tanner y a Lyndon durmiendo, siempre nos entra la muermera, así que pensamos en irnos a dormir. Sin embargo, este año quiero hacer algo distinto al día siguiente, que es, por una vez, amanecer en mi cama, como si ese bucle interminable no se hubiera repetido hasta la saciedad. La situación es perfecta. Por primera vez, ha subido el volumen de la música y me voy a ir a la tranquilidad del hogar, huyendo de todo aquello. No he bebido alcohol porque no me apetecía, así que podré ponerme en marcha para la tranquilidad de mi hogar. No habrá tráfico y podré estar durmiendo en una hora en mi casita. No me despido de nadie. No quiero arruniarles la fiesta.
Pero alguien se dio cuenta de mis planes de fuga.
—Richard, ¿a dónde vas? Me pregunta una Joyce mientras me aproximo a mi coche.
—A casa, Joyce. Estoy cansado.
—¿No te apetece quedarte?
—No mucho, la verdad.
—¿Ni siquiera a hablar conmigo?
¿Cómo puede uno negarse a una chica con carita de ángel como Joyce? De ninguna forma. Subimos juntos a una habitación separada. Y allí empezamos a hablar. De lo que sufríamos a veces, del trabajo, de nuestras amistades. En ese momento, ella dijo:
—Richard, ¿alguna vez has...?
Con los puntos suspensivos se refiere a "estar con alguien".
—No, no he tenido nunca tiempo para...
Ni me dejó acabar la frase, porque noté los bucles negros de Joyce rozádome la cara y sus suaves labios acariciándo los míos. Cerré los ojos y la dejé acomodarse. Era más pequeña de lo que yo imaginaba. En cierto modo, era divertido. Nunca me imaginé que ese angelito albergara sentimientos por mí...
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