domingo, 30 de noviembre de 2014

S-a trezit din somn de moarte, ca viteazul din poveste.


Se ha despertado de un sueño de muerte, como los valientes de las leyendas.

Alexei Mateevici. "Limba Noastra" ("Nuestra lengua") Himno Nacional de Moldavia.

Lo que os voy a contar a continuación no es ninguna lección de rumano, puesto que eso deberíais (si os interesa el idioma) aprenderlo en la EOI. Esta frase del himno nacional de Moldavia sirve como prólogo a la historia (y explicación real) de cómo he cambiado tanto en menos de medio año. Esto viene a raíz de unas experiencias que deseo que nadie tenga la ocasión de repetir o emular. Mi vida dista mucho de ser recomendable para el común de los mortales y si un cura me escuchara y estuviera comulgado (es lo que tiene ser un poco ateo y sin Dios), me excomulgaría ipso facto

Tras recuperar la Inmunología (asignatura tocha donde las haya), haber luchado (en vano) por una independencia que hoy la veo innecesaria y superflua, haberme enfrentado a mis compañeros de armas, creando un clima casi irrespirable, haber vuelto al mercado sentimental (mi lío con K.) me había dado un nuevo edge, quería un verano tranquilo, en el cual tuviera la capacidad de reconstruirme y prepararme a otro año. El primer objetivo se cumplió cuando la nota de Inmuno salió a la luz. El aprobado más que sobrado sirvió para que yo adquiriera una maravillosa confianza en mi mismo brutal: había vencido en junio. Medicina no era invencible. Y si se iba a junio no pasaba absolutamente nada, puesto que era estudiar sobre lo ya estudiado y tener el 5% de suerte necesario para aprobar. Había vencido a una de las peores asignaturas de la carrera a un solo exámen. Me sentía el puto amo. Dios en la Tierra. 

En ese verano medité como un adulto las causas de una bajada exponencial de mi rendimiento académico: En primer lugar, no estar a lo que debía estar. Mi obsesión casi patológica de querer salir con una belleza despampanante sin tener que "trabajarmela" (no en el sentido sexual -que también-, si no en el sentido amatorio, ya que trataba de conseguir una novia haciéndome un poco amigo de la chica en cuestión y luego lanzarme en picado sobre ella y espetarle que me gustaba. Evidentemente, era rechazado de forma mayúscula. Y eso, en mi pueril mente, me jodía y mucho). La determinación que saqué de mi proceso de meditación fue que el físico era lo de menos, sino que encajara conmigo. No me convenía una bella e inaccesible reina de la farándula, sino alguien más dulce, más afectivo, calmado, sin ínfulas de reina de la creación, con el que pudiera congeniar fácilmente (si bien me llevo bien con todas mis compañeras salvo casos aislados), sino alguien que pudiera entrar dentro de mí y no sintiera cierta sensación de rechazo, que no me provocara ansiedad, cuya presencia a mi lado sea sumatoria y no me restara fuerzas para vivir. Todo ha de ser a mejor. Y por ello descartaba automáticamente, salvo que demostrasen lo contrario, al 99% (por no decir al 100%) de las chicas de mi entorno. Las admiraría por sus méritos intelectuales y/o por su físico si así correspondiera (dentro de las reglas de la decencia y el decoro) y el primer objetivo de hablar con chicas era abandonar una imagen de marginado social y dar una imagen real y no distorsionada de un ser cordial y caballeroso y no un baboso-"palmero"-pelota al que se le veía el plumero demasiado y que daba una imagen falsa de segundas intenciones muy oscuras. Eso hizo que también aceptara la siguente frase que a modo de mantra repito hasta la saciedad cuando quiero intentar algo con una chica, con cualquier chica: no le gustas, no le gustaste y jamás le gustarás. Y así zanjé el tema de las chicas. ¿Para qué interesarse en ellas si la respuesta es de antemano un sonoro y rotundo no? Al no poder disfrutarlas en su plenitud, es decir, como el tres en uno que compone el continuo amiga-amante-madre (el que se supone que forma una pareja).y solo tener que contentarme con el amiga se daban dos factores: el primero, que perdería mucho el interés en ellas (me parecen hoy seres compuestos por un 33% inteligencia humana, 33% chásis (lo que los patanes llaman "el grado de buenorrez") y otro 33% afectivo sin más función que acompañarme en este viaje y ayudarme a socializar mejor con otras congéneres de su mismo sexo y, de esa manera, dar una imagen de aprobación social que me pueda permitir encontrar, esta vez de verdad, a mi medio limón. Aunque insisto en creer que el Eterno se ha hecho una limonada con ella). El segundo factor, su compañía me es amable y cariñosa, lo cual me abriría nuevos horizontes personales (Véase paréntesis anterior). Y así, el tema de las pibas quedó zanjado para siempre y empezaba mi despertar del sueño de muerte. Admito que en ese campo hoy ando un poco apático (ninguna me parece excesivamente interesante más allá de una buena amistad). Espero  que aparezca alguna que de verdad se interese por alguien que la va a respetar y a cuidar, así como que va a agradecer -y mucho- su afecto y todo lo que pueda aportarme su compañía, sus pensamientos y su piel suave y perfumada de mujer.

Si el comportamiento cívico empezaba por no ser un "halagaor" con las féminas y ser correcto y educado, tenía que expandir toda la cobertura de ese nuevo pacto a toda la facultad. Y eso pasaba por hacer las paces y empezar un proceso de reconciliación con mis compañeros de clase de siempre (que ha llegado ya a su punto álgido, ya que tanto yo como ellos se han mostrado receptivos. Admito que existen tres elementos cuyas vidas parece ser que no les dan todo cuanto quieren o bien porque necesitan un buen polvo y su falsa frigidez les impide exponer sus genitales a un extraño. A esos tres sujetos les deseo que encuentren la mayor de las felicidades y que sus ansias sexuales se vean resueltas. O eso, o que tomen All-Bran. Sea como fuera, la paz está hecha e incluso he recuperado la confianza de dos personas que creí perdidas en mi vida. Sed bienvenidos de vuelta a mi vida y espero no ser yo otra vez el causante de cualquier alejamiento que pueda surgir entre nosotros a partir de ahora.

Otro problema mío era el problema académico: Estudiaba de memoria "a lo bruto", como estudiaba en el instituto. Medicina es una carrera que en algunos casos tiene un componente de memoria importante (Anatomía es memoria, por ejemplo) pero sin embargo, algunas cosas, con leerlas de forma comprensiva y trabajar los apuntes subrayanándolos de manera eficiente (que no ponerlos como ferias) e leer, con paciencia. De esa manera, he logrado hacer más eficiente el estudio, no pierdo tanto la concentración y por consiguiente, rindo mil veces más. Y lo más importante, me divierto aprendiendo.

De esa manera, he logrado una paz tan harto necesaria, y mis resultados académicos están a la vista (no he suspendido nada desde que entre por la puerta en tercero -al menos, a fecha de la entrada-). De esta forma, todo va sobre ruedas. Entonces, ahora os preguntaréis: ¿y ahora qué?

Pues mi próximo reto es asistir a la famosa cena de gala de mi facultad. A este evento intenté asistir el año pasado, pero un ataque de ansiedad delante de mi amiga Maribel, así como unos pobres resultados académicos (la cosa no acompañaba, desde luego) hicieron que me retractara y revendiera la entrada. Pero este año es diferente. Las cosas marchan bien, mi relación con las chicas va perfectamente y ya no soy dependiente emocionalmente de nadie, salvo de mí, me he reconciliado con mis compañeros y he recuperado amistades que estaban en stand-by. Me preguntaba un amigo si estaba preparado psicológicamente para ir a ese evento y yo le respondo: considero que es hora de hacer un esfuerzo e ir a ese evento. Más que nada porque nuestra vida profesional va a componerse también de cenas de empresa, de centro de salud, de servicio, de hospital, etc, etc... Y creo que es positivo que  me vaya familiarizando con los usos y costumbres de estos eventos, puesto que no quiero quedar como el sombrón del sanatorio no asistiendo. En suma, mi presencia en la cena de gala es meramente curricular, para mejorar mis habilidades sociales en la medida de mis posibilidades, siempre y cuando eso no vulnere de ninguna forma las reglas básicas de la cortesía y las leyes vigentes en territorio español. Esa noche va a ser la apoteosis de mi proceso de "reeducación para la civilización". Un proceso que ha durado casi tres años y que ha sido muy difícil. Y a partir de ahí, al cielo.

Y sin nada más que añadir, os espero en el próximo post. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

No aprender de la historia (de uno) es estar condenado a repetirla hasta el infinito.




El objetivo de mi post de hoy no es daros hambre ni mucho menos meteros una filípica. En mi post de hoy voy a hablar de esos errores que hemos cometido todos y cada uno en el pasado y que, al no entenderlos, estamos condenados irremediablemente a repetirlos hasta la saciedad. Y no me refiero a esos errores que son en las chicas el típico "Oigh, me debí haber comprado los leggins negros en Pull&Bear, que con estos blancos voy enseñando las braguitas de topos negros tan monas que llevo" o en el caso de los chicos el típico "He metido la camisa hawaiana azul celeste con un polo rojo y ahora se la puedo vender por Ebay al bueno de Boris Izaguirre!... O más bien a Jesús Mariñas". No, me refiero a esa clase de errores consistentes que gafan toda tu trayectoria y que te impiden progresar como persona, encerrándote en una espiral de odio, rencor y frustración.

Lo primero que hay que hacer es detectar el error. Eso es lo más fácil de lo que disponemos. Si no eres capaz de localizar tu error, es que eres, literalmente, el tonto (o la tonta) de Coria. Todos los hijos de Dios que habitamos en la verde tierra del Señor (o como dice Eduardo Inda, en la casa de la pradera) tenemos "ese pequeño defectillo", ese "petit mal no epiléptico", ese fallito que hace que nuestro acné sea hasta bonito y todo porque es espantoso

Si has sido lo bastante listo como para localizar tus puntos débiles, el siguiente paso es compensarlos o en caso de no poder compensarlos (la igualdad de buenos propósitos no significa igualdad de buenos resultados), lo que hemos de hacer es inmediatamente evitar cualquier estímulo nocivo y dañino que puedan inmediatamente provocar que nuestro pequeño error social se haga manifiesto. Como siempre lo fácil es lo de siempre: escaquearse, salir por piernas, meterse debajo de la manta a esperar que todo pase mientras rezamos porque la humanidad nos haya olvidado de nosotros y que cuando volvamos a la sociedad (ojo: tú decides cuanto tiempo quieres ser un cobarde y huir) nos tengan que preguntar nuestro nombre porque no se acuerdan de nosotros. Pero yo creo que, si somos adultos, hemos de acostumbrarnos a coger el toro por los cuernos y hacer frente a nuestros problemas. Y para hacer frente a los problemas, pues simplemente hay que estar vivo: dar señales de vida, hacer cosas por los demás sin esperar nada a cambio, olvidarte de las petardas que no te hacían ni caso, creer que hay esperanza para todos y que todos podemos estar casados con Mister Universo o con Miss Venezuela, que podemos ser reyes por un día, que por un día podemos salir en el periódico o formar parte de la historia de este lugar llamado Mundo como si fuéramos Forrest Gump (o "el pequeño Nicolás"), que todos podemos vivir mejor que en Islandia y tener un coche con más cilindrada que en Catar. ¡Soñar es gratis! ¡Soñar es bueno! ¡Soñar nos permite vivir los días con ilusión y hacer nuestro trabajo día a día! Si no tuviéramos los sueños, ¡nos tendríamos que suicidar! 

Pero gran parte de los errores los cometemos porque nos obcecamos en conseguir cosas que son imposibles metafísicos, tales como político honrado, wasabi dulce, tonto listo, silencio estruendoso, banco pobre... Hemos de adaptar los deseos a nuestras posibilidades (que en muchos casos, por desgracia, son muy limitadas). Recordemos que también nuestros deseos no se suelen ajustar a la realidad de nuestras necesidades: Podemos haber anhelado salir con un bellezón de la hostia, pero si la chica luego valora más estar hecha un pincel que el pasar un buen rato despeinándose en la cama con un chico que se la quiere comer a besos (y matar a polvos) pues hemos hecho un pan con unas tortas. Podemos desear conocer el amor de nuestras vidas, pero el mostrarnos muchas veces ñoños, bisoños e inocentones (es un problema típico de gente con carreras de alto elitaje intelectual que en ocasiones retardan mucho el nivel de sociabilización, como por ejemplo, medicina) nos pueden acercar a ciertas personitas tóxicas que probablemente quieran hacerse con parte de nuestro bien ganado dinero o aprovecharse de nosotros para obtener según qué cosas. Saber qué queremos, tener las ideas claras, nos ayudará a tener un día a día más plácido y viviremos mejor.

Resolver nuestros pequeños problemas es una obligación. No inmediata, pero cercana. Y debemos todos ser consecuentes en que nadie los puede resolver por nosotros mismos ni tiene obligación moral de hacerlo. Hay que ser fuertes. ¡Hasta la próxima entrada!