lunes, 24 de noviembre de 2014

No aprender de la historia (de uno) es estar condenado a repetirla hasta el infinito.




El objetivo de mi post de hoy no es daros hambre ni mucho menos meteros una filípica. En mi post de hoy voy a hablar de esos errores que hemos cometido todos y cada uno en el pasado y que, al no entenderlos, estamos condenados irremediablemente a repetirlos hasta la saciedad. Y no me refiero a esos errores que son en las chicas el típico "Oigh, me debí haber comprado los leggins negros en Pull&Bear, que con estos blancos voy enseñando las braguitas de topos negros tan monas que llevo" o en el caso de los chicos el típico "He metido la camisa hawaiana azul celeste con un polo rojo y ahora se la puedo vender por Ebay al bueno de Boris Izaguirre!... O más bien a Jesús Mariñas". No, me refiero a esa clase de errores consistentes que gafan toda tu trayectoria y que te impiden progresar como persona, encerrándote en una espiral de odio, rencor y frustración.

Lo primero que hay que hacer es detectar el error. Eso es lo más fácil de lo que disponemos. Si no eres capaz de localizar tu error, es que eres, literalmente, el tonto (o la tonta) de Coria. Todos los hijos de Dios que habitamos en la verde tierra del Señor (o como dice Eduardo Inda, en la casa de la pradera) tenemos "ese pequeño defectillo", ese "petit mal no epiléptico", ese fallito que hace que nuestro acné sea hasta bonito y todo porque es espantoso

Si has sido lo bastante listo como para localizar tus puntos débiles, el siguiente paso es compensarlos o en caso de no poder compensarlos (la igualdad de buenos propósitos no significa igualdad de buenos resultados), lo que hemos de hacer es inmediatamente evitar cualquier estímulo nocivo y dañino que puedan inmediatamente provocar que nuestro pequeño error social se haga manifiesto. Como siempre lo fácil es lo de siempre: escaquearse, salir por piernas, meterse debajo de la manta a esperar que todo pase mientras rezamos porque la humanidad nos haya olvidado de nosotros y que cuando volvamos a la sociedad (ojo: tú decides cuanto tiempo quieres ser un cobarde y huir) nos tengan que preguntar nuestro nombre porque no se acuerdan de nosotros. Pero yo creo que, si somos adultos, hemos de acostumbrarnos a coger el toro por los cuernos y hacer frente a nuestros problemas. Y para hacer frente a los problemas, pues simplemente hay que estar vivo: dar señales de vida, hacer cosas por los demás sin esperar nada a cambio, olvidarte de las petardas que no te hacían ni caso, creer que hay esperanza para todos y que todos podemos estar casados con Mister Universo o con Miss Venezuela, que podemos ser reyes por un día, que por un día podemos salir en el periódico o formar parte de la historia de este lugar llamado Mundo como si fuéramos Forrest Gump (o "el pequeño Nicolás"), que todos podemos vivir mejor que en Islandia y tener un coche con más cilindrada que en Catar. ¡Soñar es gratis! ¡Soñar es bueno! ¡Soñar nos permite vivir los días con ilusión y hacer nuestro trabajo día a día! Si no tuviéramos los sueños, ¡nos tendríamos que suicidar! 

Pero gran parte de los errores los cometemos porque nos obcecamos en conseguir cosas que son imposibles metafísicos, tales como político honrado, wasabi dulce, tonto listo, silencio estruendoso, banco pobre... Hemos de adaptar los deseos a nuestras posibilidades (que en muchos casos, por desgracia, son muy limitadas). Recordemos que también nuestros deseos no se suelen ajustar a la realidad de nuestras necesidades: Podemos haber anhelado salir con un bellezón de la hostia, pero si la chica luego valora más estar hecha un pincel que el pasar un buen rato despeinándose en la cama con un chico que se la quiere comer a besos (y matar a polvos) pues hemos hecho un pan con unas tortas. Podemos desear conocer el amor de nuestras vidas, pero el mostrarnos muchas veces ñoños, bisoños e inocentones (es un problema típico de gente con carreras de alto elitaje intelectual que en ocasiones retardan mucho el nivel de sociabilización, como por ejemplo, medicina) nos pueden acercar a ciertas personitas tóxicas que probablemente quieran hacerse con parte de nuestro bien ganado dinero o aprovecharse de nosotros para obtener según qué cosas. Saber qué queremos, tener las ideas claras, nos ayudará a tener un día a día más plácido y viviremos mejor.

Resolver nuestros pequeños problemas es una obligación. No inmediata, pero cercana. Y debemos todos ser consecuentes en que nadie los puede resolver por nosotros mismos ni tiene obligación moral de hacerlo. Hay que ser fuertes. ¡Hasta la próxima entrada!

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