martes, 27 de enero de 2015
Cheng, "el tonto que paga" o el egoísmo extremo adulterado por el analfabetismo funcional.
Lema nacional de España: "Yo, mi, me, conmigo, y si sobra algo para mí". El narcisismo de la población española se resume en la imagen de arriba.
¿Qué haríais si no tuvierais sanidad pública, educación públicas o servicios sociales básicos? Pues así vive nuestro amigo Cheng, de Shanghai. Cheng es un hombre normal. No es de esos chinos que nadan en la abundancia en la nueva orgía capitalista en la que la República del Pueblo parece sumida y con visos de no retorno. Cheng trabaja de sol a sol en una fábrica de teléfonos móviles tan sumamente caros que no podrá tener uno nunca, contribuyendo a que los occidentales y sus ricos vecinos japoneses disfruten de ellos y se permitan el lujo de perderlos en una discoteca. Su exiguo sueldo se irá a pagar su seguro médico básico hasta la nausea, la educación y la dote de su hija Mei Ling y el fondo de pensiones en el que mete dinero para una jubilación tranquila y digna. Cheng no ahorra apenas. Cheng mete el 75% de lo que ahorra en un fondo de inversión internacional, con inversiones en Grecia, con la esperanza de que sus míseros ahorros se multipliquen exponencialmente por arte de biribirloque, y poder tener una vida mejor. Hoy, Cheng ha aparecido muerto tras defenestrarse de la azotea de su fábrica: Se ha enterado que el gobierno griego, junto con el español, el portugués y el irlandés han decidido unilateralmente no pagar la deuda que tienen con la Unión Europea y que todo el dinero que invirtió en esos lejanos lugares de Occidente se ha esfumado y no verá ni un triste yuan. Como él múltiples chinos que han invertido en los PIIGS lo han perdido todo. A centenares de kilómetros de Shanghai, millones de chinos se manifiestan enfrente de las embajadas de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, así como las puertas del Cuartel General del Ejército Popular de Liberación. Esa horda de chinos quieren declarar la guerra a los países del sur de Europa, y recuperar lo que es legítimamente suyo. Quieren ver a sus tropas gloriosas desfilar por Atenas, Madrid, Dublín y Lisboa, dejando claro que con los hijos de Mao Tse-Tung no se juega y que ese "peligro amarillo" que decía Napoleón era real.
Los hijos del Celeste Imperio no son los únicos que van a ir a reclamar a los sátrapas que les han robado en su propio bolsillo. Hoy sin ir más lejos, Jack, un ciudadano estadounidense natural de Tulsa, Oklahoma se ha inmolado con un chaleco de bombas en el metro de Madrid, matando a más de mil personas al grito de "¡Dios bendiga a América! ¡Mueran los comunistas!". ¿La razón? Al igual que Cheng, el suicida de Shanghai, ha perdido todo lo invertido en España. Su agente de bolsa le dijo que invirtieran en España, que era mucho más seguro que Grecia. El buen hombre se equivocó. Y Jack pagó cara la decisión de los políticos españoles. Se acababa de jubilar y quería sacarse un dinerillo para las facturas sanitarias para su fibrosis pulmonar crónica, no cubiertas con el programa Medicare, así como dejar algo para sus nietos. Cuatro fulanos con hoces y martillos se lo negaron.
En Dublín, miles de irlandeses lloran la muerte de Gerry Adams y de la cúpula política del Sinn Féin, partido en el gobierno. Michiko, una joven autónoma japonesa entró en el parlamento armada con un AK-47 y acabó con 50 de los 72 diputados del Sinn Féin. Gerry Adams y todo el gobierno fallecieron en el ataque. La chica se suicidó después de perpetrar semejante matanza. ¿La razón? La misma que la de Cheng y Jack. Lo habían perdido todo invirtiendo en el "tigre celta". Por su parte, en Oslo, un grupo de pensionistas se enfrenta a la Policía con feroces disturbios callejeros, reinvindicando la invasión de Italia por las tropas de la OTAN. Tampoco les queda nada de sus ahorros.
Este relato es una distopía. Gracias a Dios, no es muy probable que ocurra. Sin embargo, esta historia nos enseña una serie de cosas. La primera es que el capitalismo no es solo una cosa de plutócratas con chistera y puro, que cuentan sus fajos de billetes mientras dos chicas medio desnudas se besan delante de él para su disfrute dentro de una limusina. Esos plutócratas no son nada sin el dinero de aportaciones de los demás. Y quienes son los demás: Michiko, Jack, Cheng... Y otros tantos como tú y como yo. Esas personas que quieren ver aumentar sus ahorros y que invierten en nuestro esfuerzo para recuperarnos. Y esas personas distan mucho de ser oligarcas sumidos en un mundo de millones, cochazos y chalets en "La Moraleja". Son gente honrada y humilde, que vive en barrios normales, tienen negocios normales y que tendrán una vida normal. Pero me da la sensación de que a ciertas personas les da igual lo de los demás y solo piensan en lo suyo. Creen que todo lo que hace el Estado por ellos es gratis, que se mantiene solo en el aire, por la buena voluntad de muchos y que los ricos se lo quieren quitar de las manos, imponiéndoles una deuda horrible y facciosa, que les sume en un abismo de pobreza para que los plutócratas sigan sodomizando a sus esclavas sexuales. ¡Qué felices viven, queriéndo solo ver una parte de la historia, y engañados por sus líderes "proletarios", que les gusta más el lujo que Madoff! ¡Y qué felices viven también los muy ingenuos creyendo que los ricos son todos unos oligarcas y niegan la existencia de gente que, como Cheng, Michiko o Jack invierten en nosotros esperando obtener beneficios y mejorar su vida!
Dicen defender a los trabajadores y obreros de la explotación de los ricos. No todos los ricos tienen acciones en Wall Street. Otros ricos se sientan en el parlamento. Y, como quieren ser más ricos, quieren tener apoyo de los más pobres y se abanderan en hoces, martillos, estrellas rojas y camisetas del "Ché", con el objeto de engañarles. Los actos de la derechona malvada y criminal a la que critican hacen daño. Los actos de los "sociolistos" también crean sufrimiento a la población civil. Pero los actos de ellos no solo crearán sufrimiento para su pueblo, sino también a otros pobres inocentes que deciden "pagar la fiesta" del no pagar la deuda. ¿Cómo? Haciendo que Cheng sea "el tonto que paga".
El capitalismo tendrá sus virtudes y sus defectos. Pero más allá de que exista casi desde la noche de los tiempos, hay que decir la frase: "En el capitalismo, todos estamos conectados". Y eso no os lo cuenta nadie. Y generalmente no lo queremos oír. Porque no valoramos lo que tenemos. Porque solo nos preocupa nuestro ombligo. Porque le compramos la mercancía a cualquier mercachifle.
domingo, 25 de enero de 2015
La neutralidad afectiva.
(La neutralidad afectiva no se debe confundir con la indiferencia afectiva. Si sientes que te la suda todo, ve a un psiquiatra de forma urgente y probablemente te ingresará en Agudos por un episodio depresivo mayor o por un trastorno bipolar tipo II en fase depresiva)
La neutralidad afectiva es una idea revolucionaria cuyo principal objetivo es reducir la vinculación psicológica con el mundo y darles el valor que realmente poseen. No es un valor monetario. Es un valor emocional. No significa para tí lo mismo una persona que se acuesta contigo y te dice te quiero que una persona con la que trabajas y lo único que hablas con ella es de temas de trabajo. No es lo mismo para ti una persona con la que sales para divertirte en la noche que una persona con la que cuando sales de trabajar, desaparece de tu existencia. Neutralidad afectiva es equilibrar tus instintos más básicos, haciéndolos potentes cuando de verdad han de hacerse y pararlos cuando no sean necesarios. Es la inteligencia del hervíboro. Focalizar en tí, sintiendo una suave nada en tu interior. Es tener certeza de que nada te puede perturbar porque tú eres esa nada. Es enfocar el foco a tus éxitos y no a tus fracasos. Es estar en el mundo cuando no estás realmente. Es ser tú mismo en tus circunstancias, neutro ante lo que puede pasar, saber que nada vale tanto la pena como tú mismo. Esperar lo imprevisto. Seguir adelante. Progresar y conservar. El alfa y el omega. Pasar del corazón y el cerebro y volverse columna, hidroxiapatita cálcica, permanente, apenas inmutable, salvo por las múltiples desintegraciones del carbono-14. Hueso puro y duro. Ser el piloto automático de tu existencia.
viernes, 9 de enero de 2015
¿Cuántos más?
Je suis Charlie.
Doce víctimas mortales. Doce pobres diablos que el único pecado que habían cometido ante los ojos de alguno de los dioses en los que el ser humano ha creado en su imaginario es hacer reír a un país que tiene fama de rancio, seco y repelente. Doce almas que pasan a engrosar la ristra de pobres inocentes que han muerto por culpa de alguna confesión religiosa, junto con las víctimas del 11-S, los del 11 de marzo de 2004 (si es que se confirma la hipótesis yihadista), los judíos que fueron acribillados en las puertas del museo de su fé en Bruselas, Theo Van Gogh, las brujas de Salem, Tomás Moro, muchos seguidores de Lutero... ¿Cuánto mas más tienen que morir por una imaginación que hoy, con los avances vigentes en ciencia, salud, tecnología, es absolutamente prescindible? ¿Es sana esa afición del ser humano de inventarse seres semimisteriosos en los que creer?
Me confieso una persona que es católica. Pero no soy católico practicante, sino uno de los miles de católicos que pueblan los países del sur de Europa que solo se acordará de Dios cuando vaya a morir o cuando vaya a concebir un hijo para implorarle que salga sano, cuando, como médico, sé que todo es bioquímica del desarrllo y, como aún todo está en pañales, lo más que puedo hacer es hinchar a su madre de ácido fólico antes de concebir para que no tenga defectos del tubo neural, como la espantosa espina bífida. Soy un católico cultural. Una persona que asimila la religión católica como suya por el mero hecho de haber nacido en un país cuya fe mayoritaria es la Iglesia fundada por Jesucristo y continuada por San Pedro. Soy de los muchos católicos culturales que abundan en España. No he ido a una iglesia en tres años y la última vez que fui fue de turismo en Lisboa, a ver la hermosa capilla de Nossa Senhora da Encarnacão, que yo recomiendo encarecidamente que la vea el que vaya a Lisboa, creyente o no. Soy de esos católicos que hasta que sentaron la cabeza soñaba con un tren de vida similar al de los malos de "Corrupción en Miami", con lanchas motoras y modelos con ganas de sexo y lujuria de por medio. Soy de esos católicos que cuando se acuestan con una chica saca un condón y se lo pone, para no dejarla encinta. Soy de esos católicos que dicen palabras malsonantes, que se dejan llevar por la ira, por mi sangre celta (soy del norte de España), que es a veces grosero, que trabaja mucho sin pedir nada a cambio sin protestar (se ha demostrado en un estudio que los católicos se quejan mucho más al comité de empresa que los evangélicos), En suma, como decía Serrat, soy cantor, soy embustero, me gusta la buena vida y las chicas ligeras de ropa y además tengo alma de marino. Solo me convierto en alguien fanático cuando toca defender la vida (que creo que es el deber de todo médico). Y aún me pregunto: ¿qué hace que unos señores maten a otros? ¿Una utopía irrealizable, basada en la barbarie y en la brutalidad? No creo que ningún Dios esté contento porque ofrenden gente a sus pies. No lo entiendo, de verdad. Debe ser por lo poco religioso que soy.
Desgraciadamente, creo conocer la respuesta a "¿cuántos más han de morir?": cuantos crean los políticos que hacen falta para hacer algo. Y quizás entonces sea demasiado tarde.
DEP Víctimas del ataque a "Charlie Hebdo". ¡Arriba el humor!
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