viernes, 9 de enero de 2015

¿Cuántos más?

Je suis Charlie.

Doce víctimas mortales. Doce pobres diablos que el único pecado que habían cometido ante los ojos de alguno de los dioses en los que el ser humano ha creado en su imaginario es hacer reír a un país que tiene fama de rancio, seco y repelente. Doce almas que pasan a engrosar la ristra de pobres inocentes que han muerto por culpa de alguna confesión religiosa, junto con las víctimas del 11-S, los del 11 de marzo de 2004 (si es que se confirma la hipótesis yihadista), los judíos que fueron acribillados en las puertas del museo de su fé en Bruselas, Theo Van Gogh, las brujas de Salem, Tomás Moro, muchos seguidores de Lutero... ¿Cuánto mas más tienen que morir por una imaginación que hoy, con los avances vigentes en ciencia, salud, tecnología, es absolutamente prescindible? ¿Es sana esa afición del ser humano de inventarse seres semimisteriosos en los que creer?

Me confieso una persona que es católica. Pero no soy católico practicante, sino uno de los miles de católicos que pueblan los países del sur de Europa que solo se acordará de Dios cuando vaya a morir o cuando vaya a concebir un hijo para implorarle que salga sano, cuando, como médico, sé que todo es bioquímica del desarrllo y, como aún todo está en pañales, lo más que puedo hacer es hinchar a su madre de ácido fólico antes de concebir para que no tenga defectos del tubo neural, como la espantosa espina bífida.  Soy un católico cultural. Una persona que asimila la religión católica como suya por el mero hecho de haber nacido en un país cuya fe mayoritaria es la Iglesia fundada por Jesucristo y continuada por San Pedro. Soy de los muchos católicos culturales que abundan en España. No he ido a una iglesia en tres años y la última vez que fui fue de turismo en Lisboa, a ver la hermosa capilla de Nossa Senhora da Encarnacão, que yo recomiendo encarecidamente que la vea el que vaya a Lisboa, creyente o no. Soy de esos católicos que hasta que sentaron la cabeza soñaba con un tren de vida similar al de los malos de "Corrupción en Miami", con lanchas motoras y modelos con ganas de sexo y lujuria de por medio. Soy de esos católicos que cuando se acuestan con una chica saca un condón y se lo pone, para no dejarla encinta. Soy de esos católicos que dicen palabras malsonantes, que se dejan llevar por la ira, por mi sangre celta (soy del norte de España), que es a veces grosero, que trabaja mucho sin pedir nada a cambio sin protestar (se ha demostrado en un estudio que los católicos se quejan mucho más al comité de empresa que los evangélicos), En suma, como decía Serrat, soy cantor, soy embustero, me gusta la buena vida y las chicas ligeras de ropa y además tengo alma de marino. Solo me convierto en alguien fanático cuando toca defender la vida (que creo que es el deber de todo médico). Y aún me pregunto: ¿qué hace que unos señores maten a otros? ¿Una utopía irrealizable, basada en la barbarie y en la brutalidad? No creo que ningún Dios esté contento porque ofrenden gente a sus pies. No lo entiendo, de verdad. Debe ser por lo poco religioso que soy.

Desgraciadamente, creo conocer la respuesta a "¿cuántos más han de morir?": cuantos crean los políticos que hacen falta para hacer algo. Y quizás entonces sea demasiado tarde. 

DEP Víctimas del ataque a "Charlie Hebdo". ¡Arriba el humor!

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