domingo, 1 de febrero de 2015

Noche de guardia.



Salí a la cafetería. Era de noche y afortunadamente no había demasiado trabajo. Allí estaba ella. Sentada, sola en una mesa. Las cocinas estaban cerradas, pero era un buen sitio para descansar, para simplemente hablar. Cogí un café en la máquina. Y me senté frente a ella. Estaba llorando. Me mantuve en silencio. Decidí que era buena idea dejar que llorara un rato. Al final, le dije lo que quizás estaba esperando oír:

—No puedes pedirle más.

Ella levantó la mirada de la mesa entre sollozos y me miró.

—No puedes pedirle más a alguien que está de vuelta de todo. No obstante, has sido muy valiente en pedirle formar parte de su vida a alguien así. Además, no te culpes. No sabías que tenía esa historia detrás.

En silencio, ella dejó de sollozar. Se ajustó el escote del pijama del bloque quirúrgico (al parecer no había tallas para ella y se puso una camisola enorme) y dijo:

—¿Qué clase de arpía le rompe el corazón a alguien como él?
—Por lo que puedes ver, una puta, y bien gorda. Los disparates que te dijo son propias de él. Él no reconoce a ninguna mujer como interlocutora válida. Te recomiendo que recojas los trozos de tu corazón del suelo y sigas con tu vida. Al menos hasta que encuentres a otro al que quieras dejarle que te cuente los lunares y que haga algo más.

Entonces ella se levantó, se acercó a mí y me agarró de las solapas del pijama, forzándome a levantarme. Me empotró contra una de las columnas de la cafetería y me besó. Cuando me dejó tomar aire mientras me devoraba con la mirada le dije:

—Me siento halagado, pero si sales conmigo, crearás la imagen de que todo es absolutamente posible. Mírate: ¡es que todos te desean, ya sea como amiga, como amante o como madre de sus hijos! ¡Búscate a otro que te pueda hacer feliz!

—Quiero que me hagas feliz tú. —dijo abrazándose a mí.
—¿Sabes lo que eso significa, verdad? ¿Estás segura de querer estar en la boca de todos, dando de qué hablar, dando esperanzas a los que no pueden esperar nada por la inexorable ley de este cochino mundo?
—Sí.
—Entonces te acompaño. No quiero que te lleves los palos tú sola.

Y dicho esto volvimos al bloque quirúrgico.

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