lunes, 28 de octubre de 2013

Amor

El médico de cabecera movió la cabeza. Habían llegado a sus manos las conclusiones del informe del psiquiatra. Por fin podría saber qué me pasaba, si esa sensación de sube y baja por esta vida era normal o patológica. El físico movió y me miró con una sonrisa.

—Bueno... Supongo que podría haber sido peor—comenzó—. No es nada grave. Es algo que pasa cuando se es tan joven como tú y se lleva uno demasiados palos. La enfermedad que tienes es una dolencia caracterizada por una bajada de la sensación de calidez, ganas de llorar contenidas, ganas de dormir y elevado deseo sexual. Tus necesidades afectivas son muy elevadas y los reproches que te haces a tí mismo también. Sientes que no eres el mismo de antes y que no puedes hacer las mismas cosas sin pillarte un buen rebote. Esa enfermedad hace que te vuelvas taciturno, de ojos tristes, incapaz de sonreír, deseoso de un abrazo y un entendido en ropa interior de chica. Tienes miedo de hacer daño y de que te hagan daño. Te ves capaz de aguantar hasta el peor de los sufrimientos y todo el desprecio que pueda existir en el mundo hacia tu persona con tal de no molestar a los demás, te culpas de tonterías... Lo peor es que su curación sólo la hace el tiempo... Si es que quiere bendecirte con tal suerte.

—¿El tiempo puede curar mi enfermedad?—pregunté.

—Sí. Llegará un día en que tus hormonas se pongan en su sitio. Dejarás de ver a las jovencitas como posibles candidatas y el sexo para ti será poco más que ver los resúmenes de los partidos de Primera División en el telediario. De evolucionar como sigues, jamás podrás esbozar una sonrisa, te sentirás como un extraño en la mayor de las fiestas. La sensación de levantarse cada mañana puede ser realmente atroz, y puede que no puedas convivir con ello, de modo y manera que te suicidarás y te dará igual porque no has querido ponerle cura...

Ahogué un grito.

—Aunque...Tal vez consigas encerrarte en tu mundo de libros de texto, vivir solo de eso, negando la realidad de tu soledad, creyendo que tú eres el único hombre del mundo y los demás son fantasmas que aparecen y desaparecen  de él como almas en pena. Tu día será de la consulta a la cama y de la cama a la consulta. Y podrás soportar esa penosa realidad porque de vez en cuando podrás ahogar tus penas con amor de alquiler, porque realmente creerás que ese es el premio de consolación para alguien tan flojo como tú. Tampoco te será tan doloroso llamar a un par de ucranianas bien monas, ya que ellas se encargarán de esbozarte una sonrisa previo pago de su importe. Esa cita casi bimensual será tu única escapatoria a ese mundo de verdadera tristeza...

—¿Hay alguna salida no dolorosa?

—Eso, por desgracia, depende tanto de ti como de los que te rodean.

Hundí la cabeza sobre mis brazos y pensé angustiado en el futuro. El médico de cabecera anotó algo que parecía "locus de control externo de la felicidad". No quise mirarle a los ojos. Me sentía como si me hubieran diagnosticado un cáncer...

—Bueno, tampoco es para ponerse así...

—¿¡Cómo que no es para ponerse así!?—chillé—. Llevo sufriendo durante 19 años este mal, llevo sufriendo esa necesidad imperiosa de acercarme a una mujer y abrazarla, para hacerla sentir la reina de mi cielo, desear para poder seguir vivo. Pero algo me dice que me puedo hacer daño y que no debo hacer nada por conseguir el favor de ella... Oh, Dios mío...

El médico de cabecera se quitó las gafas y dijo:

—¿Si te digo que esa enfermedad se llama "amor"... dejarás de hacerte la víctima?

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