jueves, 17 de octubre de 2013
Quiero salvar la Seguridad Social.
El segundo gran quebradero de cabeza de un futuro médico de la Seguridad Social (como lo vamos a ser la mayoría de los otros, entre ellos, yo), después de la salud de nuestros pacientes (nuestra principal preocupación), es el terror más grande del funcionario del Estado en tiempos de crisis: que se declare la suspensión de pagos y que nos manden a todos a nuestra casa. Es algo que si en algún momento la transferencia de capital procedente de Europa entre bancos y Estado falla ocurrirá sin remedio, pues es un secreto a voces que el déficit de la Seguridad Social es de 15000 millones de euros. Y lo más gracioso es que no han mejorado las coberturas. Nuestro sistema de salud sigue siendo lento, cuartelero y masificado. Sigue sin cubrir cosas como las operaciones de la vista, las gafas y el dentista. ¿Entonces, cómo demonios se ha podido endeudar tanto?
Los políticos es una parte de la respuesta, pues también en el ajo están metidos de hoz y coz muchos médicos politizados, enfermeros, auxiliares y demás personal hospitalario que de la suma de sus múltiples sangrías irregulares hacen de la Seguridad Social un gigante con los pies de barro que en cualquier momento puede irse a pique. Tal y como decía Balzac, "detrás de una gran fortuna, hay un crimen". Fondos de reptiles, un poquito por aquí, que si encarezco algunas obras por allá, que si tal intervención cuesta el triple de lo que realmente cuesta...
Esto probablemente sea algo que algunos que estén en contra de mis tesis utilizarán como un recurso para decir que yo defiendo que se privatice de forma íntegra el SNS, dejando pie a las todopoderosas mutuas para que cada uno se haga una póliza de seguro. Nada más lejos de la realidad. Considero que el tener dos sistemas de salud (uno obligatorio y estatal y otro privado voluntario) es una ventaja, ya que el Estado puede proteger al ciudadano en caso de que las cosas le vengan mal dadas en todo momento, de modo y manera que lo que no pueda conseguir por vía particular lo puede conseguir por vía del Estado, y viceversa.
Pero estamos en una época en la que ese sistema de Seguridad Social corre peligro. No sólo por la ambición desmedida de los golfos de una casta política cada vez más alejada de la ciudadanía y de los propios que hacen el sistema de salud una bomba de relojería. Sino también porque la diferencia entre ricos y menesterosos se acentúa, mientras que la inmensa clase media se queda aprisionada entre dos extremos. Pero de los ricos ya hemos dicho mucho. Ahora es el momento de hablar de los menesterosos. Pero no de los buenos menesterosos, los cuales tienen mala suerte en la vida, sufren dolores horribles, etc... Voy a hablar de otro tipo de menesterosos, sino de menesterosos voluntarios que pueblan la sociedad española y que tienen como meta en la vida vivir lo más cómodamente posible, y si lo paga el Estado, mejor que mejor. Esos falsos pobres tienen una idea equivocada del concepto de lo que es público, dado que creen que no es de nadie, cuando en realidad es de todos.
Para ilustrar la manera de pensar de dichos menesterosos voluntarios, aquí tengo esta pequeña historia. Tengo un conocido que trabaja en una oficina de empleo, a la cual un día entró un pintor. El pintor acababa de quedarse sin empleo por la quiebra de su empresa. Se le tomaron los datos y mi conocido le llamó unos tres días después para ofrecerle un trabajo que cumplía con los requisitos del convenio colectivo (no es cuestión de obligar a la gente a aceptar la esclavitud y volver a la Alabama de los años 40) y en la capital de la provincia. Entonces, el paisano dijo: "¿Se pinta a pistola o a brocha?". Mi conocido le contestó que a brocha y rodillo. La oferta de empleo fue rechazada por ese caballero. Otra oferta le fue ofrecida a posteriori y que implicaba hacer trabajos por toda la provincia y que sólo podía volver a la ciudad el fin de semana, eso sí, con alojamiento y comida incluídos. También fue rechazada.
¿Esto que quiere decir? Que nos estamos volviendo muy señoritos en los tiempos que corren. Muchas personas, al sentirse tuteladas por papá Estado, con una educación, una sanidad, unos servicios públicos mínimos garantizados, empiezan a pensar que qué bonito es vivir del cuento, que no me debo dar prisa para buscar trabajo, que puedo esperar hasta que se me acabe la subvención, ya que me puedo pasar hasta las 11 de la mañana en la cama y cobro 400 sin dar un palo al agua, y que si es necesario, hago chapuzas, como en casa de los suegros, de los padres, etc. Esa actitud creo que debiera incluirse en las leyes españolas como una actitud irresponsable para con el Estado y, por ende, los individuos que componen la sociedad. Al igual que exigimos que nuestros políticos se comporten como señores y no como verduleras, debemos mejorar nuestros estándares morales y sociales, castigar con la misma severidad la corrupción desde la base hasta la pica de la pirámide, e implantar algunas de esas cosas tan evangélicas luteranas que tanto nos espantan aquí, en la piel de toro. Todo sea por salvar el derecho a la salud, a la educación, a unos servicios públicos, de millones de personas que nos rodean y con las que convivimos día tras día y que muchos de sus conciudadanos, más o menos ricos, más o menos inmorales, les están haciendo la púa.
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