Titubeante, mi hija se acercó a mí.
—Padre...
—Sé lo que me vas a preguntar. Tu cara habla por tí. Quieres hablar de chicos, ¿verdad? Qué pena que tu madre no esté aquí. Entre vosotras os entendéis mejor, habitualmente. Pero haré lo que esté en mi mano.
Se sentó a mi lado. Empecé a hablar:
—La mujer que pretenda encandilar a un hombre para siempre ha de tener tres componentes: Amiga, amante y madre. Amiga para hacerle la vida más divertida, amante para satisfacerle en la cama y madre para hacerle sentirse protegido. Una mujer que tenga esas características será el gran amor de un hombre. Tu madre, en vida, era tal y como te he dicho. Aunque ahora esté muerta, jamás olvidaré a esa mujer. Y tú has de dejarle la misma marca indeleble que dejan todas las que son reinas de nuestro corazón. Si no son reinas, jamás nos acordaremos de ellas. Hazte digna de una bonita tiara de diamantes, hazle feliz, pero recuerda que te ha escogido frente a su libertad. Recuerda también que eres mujer, reina de la creación, señora de la vida y que puedes también hacerle daño. Recuerda que también eres sensibilidad que puedes hacerte daño y, sobre todo, que eres reina y que ningún cochero te amargue la existencia. Así que hija, si es el verdadero, ve a por él. Si es uno de tantos, espera a que aparezca el verdadero príncipe azul.
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