jueves, 5 de junio de 2014

Muy, pero que muy traviesa. [ERÓTICO]


Erika era una de mis mejores amigas. Al poco de enviudar, siempre me venía a visitar, alegrando el otrora feliz hogar que pretendí, hasta que el cáncer y la de la guadaña se confabularon y dijeron lo contario, construir con mi difunta Gloria. Llenar el vacío de Gloria era difícil. En vida, era elegante, dulce, cariñosa y una amante excelente, que había cuidado de mí como si yo fuese una de las joyas de la Corona Británica. Yo confieso que también cuidé de Gloria, pero, a pesar de ser médico, de poco me sirvió toda mi formación cuando Chris Lind, el oncólogo del hospital dónde trabajaba, le diagnosticó un cáncer ovárico en fase IV, con metástasis en varios órganos y que le quedaban meses de vida y que cualquier movimiento era vano. Quizás, en ese mar de desgracia en el que mi amor se ahogaba, lo único que me pareció un consuelo insulso fue cuando me dijo Gloria: "Richard, fóllame el culo. Sé que te he dicho a eso que no siempre, pero ahora todo es distinto". Cuando le pregunté si le dolería, se llevó las manos a su vientre, donde ese tumor crecía sin control y sonrió diciendo: " Esto me dolerá más que un polvo contigo".  

Hacía ya dos años que Gloria murió. Siempre me decía Gloria que no dudara en volverme a casar, que no era de esos chicos que debieran quedarse sueltos, que me había sentado bien. Y tras dos años, estaba allí, en aquel salón con las persianas bajadas desde el día que murió lo más bonito que me había pasado nunca. Erika había venido todos los días, de lunes a domingo, durante esos dos últimos años, para alegrarme la existencia. El trabajo y Erika ocupaban todo mi tiempo: no había nada más. La depresión que me había causado perder a Gloria me habían convertido en un personaje gris y sombrío, el cual no tenía amigos ni tenía nada que pudiera mínimamente rememorar que había más cosas en la vida que no fueran estudiar y Gloria.

Erika hacía siempre lo mismo cuando venía a mi casa. Primero, me hacía la comida y limpiaba y ordenaba un poco, sin reproche alguno, con una sonrisa. Luego, se sentaba a mi lado, en el mismo lugar en el que Gloria se sentaba, y hablaba conmigo. Luego me ponía la cena, hablaba otro rato y me dejaba acostado con un beso en mi mejilla. Cualquier hombre viudo desearía tener a Erika para que le cuidara y evitar a hacer una locura. Ella había soportado mi ira, mi impotencia, mi rabia por no haber podido hacer nada por Gloria, mi soledad más inmensa y no se había quejado. Erika, el angelito, venía metódicamente todos los días.

El día en el que se cumplieron los dos años de la muerte de Gloria, Erika había venido como siempre a casa. Mientras fregaba el suelo, la miraba con expresión perdida y me escapaba al mundo en el que nada de aquello pasó y Gloria y yo seguíamos juntos. Esa tarde me resultó imposible pensar en Gloria. Y era porque había otro pensamiento que rondaba mi cabeza: llevaba dos años sin entregarme a otra mujer. Lo ignoré y volví a mis recuerdos más felices, pero enseguida pensé otra vez en el sexo. ¿Cómo era entregar tu cuerpo a una mujer? ¿Qué sentía ella cuando tu miembro la penetraba? ¿Cómo era esa mirada de complicidad cuando te miraba tras haberse tragado tu semen tras una felación? No recordaba nada de eso.

Mis ojos se clavaron en Erika, que fregaba el suelo a mano. Era una rubia muy bonita, de elegantes bucles y ojos de color marrón, llenos de viveza y alegría de vivir. La miré de arriba a abajo. Si Gloria era elegante de figura, Erika era un auténtico bombonazo: bajita, tetona y con cadera, pero sin por ello dejar de ser una belleza. Si Gloria tenía un pecho pequeño, Erika era el sueño americano hecho busto de mujer: una talla 100 natural en la que cualquiera desearía meter la nariz. Su carita de manzana, preciosa, de adolescente, iba acorde a sus 26 años. Y esas manos elegantes, fregando el suelo, con unos movimientos enérgicos, hacían desear que le fregaran la cabeza al hermano pequeño. Y todo ello, con el encanto de una blusa blanca empapada en el sudor de un junio caluroso. Mientras, la lencería negra actuaba, en su busto, como una Presa de las Tres Gargántas para contener aquel frenesí anatómico. 

Sentí, por primera vez en dos años una erección. Inconscientemente, me había embobado mirando a Erika y Erika me sonrió. ¡Por Dios, qué sonrisa más bonita! Era un ser venido de otro mundo. Tenía el sex-appeal de una mocosa y la inocencia de una santa. En ese momento, ella acabó de fregar y se desabrochó el botón de la blusa.
—Hace calor aquí, ¿no? Voy a poner el aire...
¡Hostia si no hacía calor, Erika! Si ya eres una bomba de relojería, ver tu numerito de Miss Junio había puesto mi mente a pensar maneras de proponerte un episodio de sexo desenfrenado sin que te asustaras como un conejito. Mientras, me perdí en la visión de su culo, realzado por los tacones de diez centímetros que se solía poner para ir a trabajar en la directiva del hospital. Me mordí el labio inferior. Debía ser fuerte: cuando Erika se marchara, me haría una paja que haría historia, dejando marcas imborrables en mi colchón, como la de la sangre de cuando saqué de niña a Gloria. Erika se acercó a mí y me preguntó:

—¿No quieres salir a dar un paseo? ¿Ir a cenar? Vamos un momento a mi casa y me cambio y me pongo algo más elegante. Además, salir con una persona te hará recordar qué era vivir en sociedad. No puedes vivir enjaulado siempre.
—Erika, ¿te importa que hoy, como hemos hecho estos dos años, socialicemos en casa? Hace mucho calor ahí fuera...

Erika sonrió y no tuvo inconveniente en volver a sentarse. Era lógico si pensamos que Erika De Vries había sido enfermera antes que directiva y tenía una abnegación por las personas infinita. Sin embargo, sus ideas revolucionarias y eficaces como gestora la había catapultado de planta a los despachos. Se sentía genial cuidándome. Era como si yo equivaliera a todos los enfermos que no había cuidado en años. En ese momento, se sentó a mi lado y me dijo:
—¿Quieres hablar de algo?

Sus labios rosados se movieron de una manera increíblemente provocativa. Erika no pretendía seducir, pero su atractivo sexual subía enteros cuando Miss De Vries hablaba. Su voz era tan dulce y tan bonita... Se abrazó a mí. Su pecho blandito se posó sobre mi brazo. En ese momento, sentí que mi miembro se trempaba. Luché por no correrme encima. El tacto de su mano era tan dulce y tan lleno de cariño que no dudé en cogérsela. Erika no se lo tomó a mal. Sonrió. En esas me dijo al oído las palabras mágicas que catapultaron los acontecimientos:

—¿Sabes que me pareces muy guapo y que creo que eres un chico encantador?

Tomé a Erika de la cintura y la besé. La besé deseándola. Ella no oponía resistencia, como si hubiera estado esperando ese día toda su vida. Ella me devolvía suavemente los besos, llenos de lujuria, llenos de afecto. Sentía algo por mí. Amor, amor, amor, amor y amor. Hundí mis dedos en su pelo. Jadeé en su cuello. Adoraba sus bucles rubios. 

La senté en mi regazo y ella se dio cuenta de lo cachondo que estaba. Sin mas reserva abrió su blusa y, para variar, no llevaba un sujetador negro, sino un body que sujetaba su pecho sin necesidad de taparlo. "Ya decía yo que tenía demasiada tela negra encima", pensé. 

—¿Por... por qué me estás dando esto, Eri?
—Porque Gloria me pidió que cuidara de tí. Además, la cara de lobo que me has puesto hoy era impresionante. ¿Ni siquiera llamaste a una fulana para que te alegrara las pajarillas?
—No...
—Disfruta de mi, baby—dijo ella—. Porque quiero hacerte feliz todos los días. 

Sonreí por primera vez en dos años. En ese momento, mi boca fue a sus pezones. Gimió, pero yo me regodeaba en sus pechos. Ella ponía facilidades para que lo chupara. Me encantaba. En ese momento, ella empezó a acariciar mi polla por encima de mi pantalón. Se puso de pié y apartando el pecho de mis narices me dijo:

—Lo que te voy a hacer ahora te va a gustar más que chuparme las tetas, corazón.

¡Y vaya si cumplió su palabra! Sacó de la bragueta mi miembro y con sus labios de princesa de Sonatina, empezó una mamada suave, elegante, pero a la vez, distinta a las que me hacía Gloria. Era mucho más ardiente y más sexy. No en vano la madre de Erika era polaca y como buena eslava, era una fuerza de la naturaleza. 

Cuando mi pene estuvo bien empapado de saliva, fue rodeado por los pechos de ella. Con un movimiento rítmico suave, y con sus pechos llenos de saliva y a veces estimulado por su boca, mi pene se hinchó como nunca. Una cubana en toda regla. Erika me lanzaba miradas y me dijo:

—Córrete en mis tetas. Sin reserva alguna. Ya me limpiaras luego.

Dicho y hecho. Una explosión de dos años de celibato saltó en su escote. Semen, semen, y semen. Erika sonrió. Miss de Vries ahora mismo era una explosión de dulzura combinada con porno. Y eso me encantaba. Su manos fueron a dar con mi semen y se metió el semen en la boca, como si fuera el más exquisito manjar. Se chupó los dedos y lamió otra vez mi polla.  Erika mamó otra vez suavemente, se sentó en mi regazo y se restregó mi polla por la vagina. Mientras se la metía me ponía las tetas llenas aún de lefa en la boca. Me besaba también y yo cuando tuve mi segundo orgasmo en dos años  le dije:

—¡Te amo, de Vries!

Ese fue el inicio de mi segundo matrimonio. Nunca jamás sabré cuál es la Eri inocente ni cual es la buscona. Pero siempre me encantará su forma de proceder.

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