Se despertó a las cinco de la mañana. No podía dormir. Se levantó y se hizo un café calentito que se lo tomó en la cama. No tenía ganas de ir a ningún lado. Era lunes, pero no tenía que trabajar. Y de haber tenido que ir a trabajar, no hubiera ido. Estaba perdido. Perdido como ningún hombre en la tierra. Su corazón estaba emponzoñado con el estigma del pobre que hubo un día que el mundo se fue al carajo. Decidió hacer algo para entretenerse, huyendo de aquellos pensamientos funestos que le acompañaban: Estoy de baja, pero cuando quiera volver, me darán el finiquito y quizás Anita, una suerte de ángel emputecido que por no perder su empleo tenía que tirarse al ichi-ban de la empresa, le daría un besito en la mejilla a modo de despedida. Era la única que le caía bien en aquel antro de lameculos y vástagos del nepotismo imperante en la empresa privada, que, a pesar de ganar dos veces el salario mínimo, se creían ejecutivos de una gran empresa. Fantaseaban. ¿La mitad? En la puta calle. ¿La otra mitad? Ya sabeís. Yo soy el pelota primero...
Otra vez pensamientos negativos. El psiquiatra le había animado a tener una vida más positiva. Miró alrededor. Su habitación. Tres paredes blancas, una ventana, una televisión, una cómoda, el armario... Anodino todo. Gris todo. Daban ganas de pintarlo todo de negro. Suicidándose se pondría todo negro. Negro como la nada, negro como el carbón... Stop pensamientos negativos. Encendió la tele. Lo único que ponían eran programas de concurso que eran engañifas toleradas por el Estado presentadas por reinas de la belleza caídas en desgracias. Puso la televisión pública. De momento, ponían un relojito. Sonaba de fondo un programa de música jazz. La música amansa a las fieras.
Se tendió en la cama. Miró el relojito moverse. Tic, tac, tic, tac, tic, tac... Infinitas veces. En ese momento, dieron las seis. Una voz femenina en off dio los más afectuosos saludos desde España y anunció la programación del día. Sonó el himno nacional, con la bandera nacional de fondo, flameando en un hermoso cielo azul. Empezó un programa especial dedicado al estado de la mar. Todas las mañanas, cuando trabajaba, se levantaba con el estado de la mar, por radio. Antes usaba la televisión como despertador. Ahora, usaba la radio. ¿La razón? La radio era más amigable desde que murió Helena. La locutora que hablaba de vientos de fuerza cuatro en la Mariña lucense le recordaba a Helena. ¡Qué vacía la vida sin la nenita! Si hubiera podido morir con ella...
Tras el estado de la mar, llegó el telediario matinal. Estaba presentado por otra esclava moral semejante a Anita, solo que sometida brutalmente a la dictadura del Estado. Sus ojos dejaban traslucir, por mucho Vispring que le echaran, su intervención en las orgías brutales que la casta gubernamental daba en sus mansiones de Pozuelo. Sumisa. Muy sumisa. Leía las miradas de ella. La primera le dijo: "Quiero morirme. No es vida." La segunda: "Lo que estoy leyendo son sucias mentiras que me perpetúan en un mundo de horror". Dentro noticia. Una mujer bella, resuelta, morena, con las mismas dotes de mando que un tirano, hablaba a unas Cortes que estaban llenos de varones y féminas vestidos de colores anodinos. Distinguió a un joven diputado de la oposición mirando a la tirana con pavor. Él quedaba asombrado como el género femenino había evolucionado desde la sumisión en una escalinata triunfal hacia el poder absoluto. Entonces, cómo es que la presentadora, la perfecta burócrata y polvo insignia de los amiguitos de la Lideresa (tal vez incluso de la propia Lideresa de ese Estado semisiniestro y ordenancista hasta la nausea). Cambio de noticia. Otro alto politicastro salía en la tele. Mejor encarado que la posible dominatrix anterior. Sonriente. Hablaba de cambio. ¿Cuál? ¿El de su Citröen AX por un Rolls-Royce? Cachondeo puro y duro.
Apagó la tele. No le gustaba ese mundo repetido, hecho como por obra y gracia de una máquina. Caras tan similares, mundos tan horripilantes... España, ¡qué alegre te vendes y cuántas dobleces albergas! ¿Te hacen en serie? Stop pensamientos negativos. Otra vez la omnipresente voz del psiquiatra aconsejándole. Si mirara este mundo de mierda, entendería a lo que me refiero.
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