miércoles, 1 de enero de 2014

El día después.




1 de enero. Tras celebrar el año por todo lo alto en una pequeña soirée privada con nuestros amigos, me despierto y descubro que mi mejor amiga, Elizabeth, está medio desnuda debajo de mí, sin la parte de abajo de la ropa interior y durmiendo como un angelito. Miro cerca y veo una bolsa de la farmacia del Licenciado Irving en el suelo. Miro su contenido y está lleno de preservativos usados y aún contiene la caja entreabierta de Durex, con al menos ocho profilácticos en su interior.

Elizabeth despierta, se aparta la melena negra y se incorpora en la cama, parece recordar que nuestra soirée se fue un poquito de las manos. Con suavidad, me acerco a ella y la beso con sutileza. La vuelvo a tumbar en la cama de modo y manera que yo quedo con la cabeza en su pecho y mis labios en sus pezones. Le di chupetoncitos suaves. Gimió. En ese momento me preguntó:

—¿Qué me hiciste? Creo que bebí un poco demás...
—Bueno, si has visto la bolsa de la farmacia, podrás imaginar qué puñetas hicimos.

Miró y sonrió. Mi cabeza se perdió entre su pecho. Entonces empezó a hablar.

—Puedo adivinar que empezaste tonteando conmigo, y entonces me subiste a la habitación. Entonces te besé suplicándote que me hicieras tuya. En ese momento, bajaste corriendo a la farmacia y compraste preservativos como para un regimiento y cuando volviste estaba casi desnuda. Te puse uno y te entregaste a mí por completo. Por lo que imagino y conozco de tí, al quinto polvo estaría suplicando "dejame embarazada"... Espero que no me hicieras caso.

—Liz, no te dejaré encinta si no quieres en pleno uso de tus facultades mentales.

En ese momento, Elizabeth se escurrió en mis brazos y me empezó a besar. El roce de su piel blanquecina me hizo estremecer. Y más aún cuando sus manos se dirigieron al Sur de la Frontera. Mientras me perdía en sus rizos negros, Elizabeth me volteó y se puso encima mío. Me miró y me dijo:

—Richard, sabes que tus familiares y los míos no se llevan bien... Pero aún así siento algo por tí. Algo muy profundo y muy intenso.
—Bueno, siempre, desde niño, me hiciste tilín...—confesé.
—¿Cuánto es tilín?
—Fuiste mi fantasía sexual favorita desde que tenía 13 años.
—¿Y qué soñabas hacerme?
—Bueno... Soñaba con desnudarte y dormir encima tuyo... Y además, decirte mientras sublimábamos "Te amo, te necesito, siempre te he necesitado, no he podido vivir sin tí. Quiero que seas la madre de mis hijos, quiero vivir contigo los sesenta años que me queden de vida. Quiero ver como nos convertimos en adultos responsables, verme hecho un caballero y a tí una dama, y morir siendo los dos una parejita de ancianitos adorables."

Elizabeth me miró con sus enormes ojos celestes. En ese momento, noté que algo húmedo caía sobre mí. Eran sus lágrimas. En ese momento, ella se abalanzó sobre mí suplicandome:

—Ritchie, déjame embarazada, hazme tuya para siempre, nos casaremos en secreto, nadie nos volverá a ver, nadie se preocupará por nosotros. Demuestra que las prácticas de Ginecología de la carrera te sirvieron para algo más que para empalmarte en clase. Hazme tuya. Preñame.

No la aparté porque siempre esperé que se entregara ella. En ese momento le dije:

—Elizabeth , eres un amor, pero ahora tienes un batiburrillo de sentimientos en tu corazón que no puedes dominar. Piénsalo bien y si esta noche quieres aún... Pero a cambio querría una cosa...
—Que me case contigo.
—Evidentemente, Liz.

Elizabeth hundió la mano en la caja de preservativos. Sacó otro y me preguntó:

—¿Qué hora es?
—Las nueve y veinte. Aún el buffet del hotel está servido...
—Ay, por el amor de Dios, pide el condenado desayuno por teléfono. Ahora lo que quiero es que lo hagamos otra vez.

Y así fue como comenzó lo más dificil de la vida de una pareja: ser sinceros el uno con el otro.

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