domingo, 5 de enero de 2014

Sin remordimientos.



Allí la tenía. Medio desnuda, en un traje de doncella francesa muy mono, pero espantosamente sugerente. Atada con un par de esposas al cabecero de la cama. Metálicas, claro está. Lo de las esposas con pelujo es una cosa que me daba risa. Su expresión dejaba traslucir cierto temor. No todos los días te acuestas con el amo, supuse. Después de todo, jamás me habían importado sus sentimientos. Y, en general, salvo en mis pacientes, los sentimientos de nadie.

Sus elegantes bucles negros resaltaban sobre su piel blanquecina, en un alarde de belleza casi insultante. Su expresión inocente se volvió de pavor cuando me abalancé sobre ella. Un primer plano antes de cerrar los ojos para besarla. Su lengua me tenía cautivado. Me empezaba a calentar.

Sentí una erección cuando mis labios rozaron los suyos. Tomé la llave que tenía en el cuello y la desaté del cabecero de la cama. Se sitió aliviada, pero mis manos eran muy rápidas. Le bajé el escote del vestido hasta dejar ver sus hermosos y elegantes senos. Me puse sobre ella y mi boca empezó a buscar los pezones. Ella era todo lo que quería. ¿Para qué tener una novia si puedes tener una chica que sea sumisa y dulce, sin las complicaciones que una pareja conlleva?

Me empezó a acariciar el pelo mientras me regocijaba con el perfume de su piel. Me hice el niño necesitado de cariño. Pero ese niño tenía que jugar a ser un hombre. Mis manos fueron por debajo de la falda del vestido y le encontré las bragas. Parecía que ella empezaba a ver que no era tan espantoso ser una gatita sumisa como te cuentan las feministas. Tiré con delicadeza: Aunque se preste a ser tratada como una esclava, una mujer es un ser lleno de delicadeza. Y lo menos que un hombre puede hacer es tratarla con suavidad.

La puerta del cielo quedaba abierta en el momento en que la cinturilla de aquella prenda íntima del color de la oscuridad se deslizaba suavemente por los zapatos de tacón de aguja de ella. Saqué mi miembro. Chasqueé los dedos y la angelical muchacha captó el mensaje. Había llegado el momento de someterse completamente, ¿o de someterme a mí? Después de todo, mientras una mujer le hace una mamada, un hombre queda totalmente fuera de combate.

Sus labios eran algo maravilloso. Sonreí complacido. Le acaricié el pelo. Miré su generoso busto balancearse con suavidad. Me recordó a mi coche, un sedán que me recordaba a una barcaza, balancearse.

En pocos minutos, todo había acabado y estaba abrazado a su cuerpo desnudo, jadeando de placer, sonriendo pletórico. Pero algo sentí dentro de mi interior. Era algo que ya conocía desde que "me retiré de la circulación". Una certeza que viviré con resignación toda mi vida.

"La vida te ha concedido un deseo: estar rodeado de mujeres jóvenes y hermosas toda la vida. Sí, señor. Mujeres nacidas para servirte y complacerte. Rubias, morenas, pelirrojas... Todo lo que has querido lo tienes ahora. Siéntete afortunado. No todos pueden coger el teléfono y llamar a alguna jovencita para que le haga recordar que uno es el macho de la especie.

Ahora no te quejes de a lo que has renunciado para vivir rodeado de belleza toda la vida. Comparado con eso, lo que has conseguido es un premio de consolación. El mal menor de alguien que no puede amar y/o cree que pueda llegar a ser amado es el recurrir a damas de compañía.

Pero premio de consolación, premio de consolación es, así que tranquilo, y vuelve a acurrucarte en el pecho de esa angelito venido del cielo".

—¿Te ocurre algo?—me preguntó ella.
—Nada, Helena. Recordaba, con cariño, una época de mi vida en la que todo me parecía posible.

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