"Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad".
Benjamin Franklin.
El espía miró desde los cristales de su Lada, emboscado tras las hojas de un periódico semioficial. Su objetivo estaba cerca. Un solo botón en su teléfono móvil y tendría aquí a las dieciséis patrullas de la policía que andaban por todo el barrio en menos de 20 segundos. Sabía todo de su presa: Nombre, dirección, cargos que la Cúpula le imputaban (como "Ruptura de la Seguridad Ciudadana" y "Abuso de libertad de conciencia"), talla de deportivas, documentación, los cafés que se tomaba en la cafetería "Rialto"... Absolutamente todo. Todo al 100%. Desde muy joven demostró a la Cúpula su interés por querer saber todo de los demás, desde cuándo perdieron la virginidad o cuál era la comida que les gustaba más hasta cuando tuvieron pensamientos incestuosos hacia sus hermanos o hermanas. Eso le había hecho un genio del espionaje y había ascendido sobre todos los aspirantes a altos puestos hasta convertirse en el as de la "Milicia de Seguridad Ciudadana". La Milicia se sentiría orgullosa cuando cazara al objetivo. La cabeza de él bullía de alegría dentro de su sombrero de ala ancha.
Dicho y hecho. Salía la presa. Era el momento de actuar. Pulsó el botón. Las sirenas retumbaron en toda la calle. Hileras de luces blancas y azules aparecieron por todas partes. El espía se bajó del coche con su mente puesta en el ascenso que conseguiría por la acción que estaba acometiendo.
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