sábado, 20 de abril de 2013

PsychoWorld of The City of Fauxness - La chica de los Informativos de TV

No temáis a la grandeza; algunos nacen grandes, algunos logran grandeza, a algunos la grandeza les es impuesta y a otros la grandeza les queda grande.

William Shakespeare 


Sumida en su sueño. Persépolis. La ciudad de los reyes que dominaron el mundo antiguo. Belleza infinita que, para su sorpresa, no derruída. Una ciudad que, sin gente, entera e integra se alzaba hacia los cielos iranios.

Inquietada por la belleza de la capital de las coronas de Darío y Ciro, paseó por sus calles, se escondió tras sus columnatas, sin que no hubiera nada. Sin que no hubiera nadie. Sin ningún persa al que ver en su puesto vendiendo sedas de Samarkanda. Sin ningún sacerdote zoroastriano al que aferrarse y buscar consuelo para su turbulento espíritu. Ningún acróbata callejero que desafiaba a la muerte entre un público que lo jaleara. Nada de eso. Sólo soledad inmensa e infinita. Soledad no apta para corazones. Paso elegante hacia el palacio de los reyes entre los reyes. Entró con tranquilidad y observó que el monarca también había desaparecido. Se sentó en el trono y cruzó las piernas. En su mano apareció la corona de la Sahbanu, de la mujer que era la luz de los arios. Se la colocó en su cabeza y miró hacia la majestuosidad del salón del trono.

Pero poco tiempo duró.

El salón del trono cayó piedra a piedra. El resto de la cuidad también. El trono de los reyes persas se había convertido en el todoterreno polvoriento que la había llevado allá. Su grandeza era falsa. Y su corona, ahora pañuelo, también.

El despertador la levantó como un androide. Se miró a su espejo en el dormitorio. Puso la radio para oír las noticias oficiales recién salidas del horno. Su mente viajó al futuro, a dos horas de distancia. Ella misma sería la voz que diera la imagen de optimismo que la ciudad necesitaba para creerse que su grandeza era vero, que el mundo entero les miraba como ejemplo de paz, riqueza y felicidad. Cuando lo tercero y lo más importante era una gran mentira. Una vez la riqueza fue satisfecha, sus necesidades eran espirituales. Y la ciudad de la falsedad no era feliz para nada.Y ella, orgullosa ciudadana y fiel miembro de la Cúpula, tendría que hacer creer que eran felices, con su voz suave y monocorde. La ciudad y su grandeza cancerígena y terminal. Por fuera no se ve, pero por dentro gradualmente mata poco a poco la paz y bondad de los hombres.

¿Cuando saltará en mil pedazos, para espanto del mundo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario