Tras cinco noches sin dormir, el escritor dejó oir el dulce sonido de la impresora al dar a luz a su obra. Esta obra consideraba que era definitiva, la que le iba a dar el premio, la que le sacaría de aquella buhardilla llena de polillas y humedad. Ni Andersen pasó tantas penurias en el tejado de los Magasin du Nord de Copenhague.
¿Sería de verdad la victoria? Si ganaba, ¿seguiría siendo fiel a sí mismo?
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