Miró al reloj: Las cuatro y veintisiete minutos de la madrugada. En media hora, el sol saldría y sus rayos la molestarían a través de la ventana del consultorio de Urgencias del Hospital Universitario. Bajó la veneciana de su despacho y se levantó para estirar las piernas.
Salió a la puerta del hospital. La noche estaba en calma. Pensó en el lugar donde había nacido, en aquel tranquilo pueblo, en los pacíficos días que había pasado estudiando en la universidad en aquellos momentos que había compartido con aquel caballo que había sido su confidente y mayor placer. Miró al cielo aún nocturno. La noche de verano y ni un alma en la calle. Le pareció oír a un gitanillo batiéndo palmas y diciendo: "¡Vamonoh, vamonoh...!", pero en seguida vió que era el destartalado Fiat Uno de un cani que había visto más de mil veces circular por la ciudad. Llevaba desde que empezó a estudiar la carrera, nueve años atrás... ¿Fue siempre así aquel coche? ¿La ciudad seguía igual? ¿Aquel Fiat Uno de hace seís años tenía matrícula de...? Ni idea. Pero ese coche estuvo allí. Siempre, con sus horribles tapacubos negros, con sus vinilos rosa chicle y sus dados en el retrovisor central del mismo color.
Un sonido de motor diesel la apartó de sus pensamientos. Al poco rato unas luces centelleantes aparecieron en el silencio de la noche. Treinta segundos más tarde, una UVI móvil enorme aparcaba delante de ella. Bajó el equípo de emergencias la camilla. Una joven se hallaba postrada con un balazo en las costillas. Se hallaba en coma. La médico miró. No sabría si volvería a ver la luz del día alguna vez... Pero ella trataría de evitarlo.
Un instante más tarde, se hallaba en el quirófano aplicando lo poco que recordaba de extracción de heridas de arma de fuego del Manual de Cirugía... Gajes de la madrugada.
Cuando salió, eran ya las séis de la mañana. La bala había salido, y le habían salvado la vida. Pero la pobre muchacha seguía postrada en la cama, en coma.
La médico colgó la bata y miró al cielo de verano. Volvía a casa con un empate, implorando al ser superior que dictaba quién vivía y quién moría que aquella muchacha sobreviviera.
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