jueves, 19 de septiembre de 2013

¿Hace falta un nuevo Berkeley?




1968. Berkeley, California. Los agitadores universitarios de Berkeley son los protagonistas de las mayores protestas contra la guerra de Vietnam.  Ya había pasado bastante tiempo desde que tras la Guerra Mundial y las décadas de los 50 y los primeros 60, en la cual muchas naciones desarrollaron un crecimiento económico record, haciendo que las preocupaciones pasasen del plano espiritual al plano material. Y en ese plano material (no, no estoy hablando de comunismo) estoy hablando de las preocupaciones frívolas como "Ay, no tengo el último modelito de Vergara Telechea, que palo, jo" o "Ay, el primo Angelo tiene un Chrysler De Soto y yo tengo que tirar del Vespino". El materialismo, en su manera despótica, trataba de poner solución a los problemas más grandes del hombre y dar respuesta a todo. Por ello siempre digo que los fundamentalistas religiosos y los comunistas no son muy distintos, salvo que unos creen que hay algo allí arriba y los otros no, hasta que van al campo de batalla y sobreviven.

 La importancia excesiva a la forma sobre el contenido fue reflejada en el modo de comunicarse con el ser humano y, particularmente, en la juventud. Las corrientes de pensamiento hacían hincapié en la juventud como consumidora, como la fuerza que haría que Europa no volviera a ser arrasada por una horda totalitaria. Pero esa misma juventud cuya infancia había quedado, en muchos casos, estigmatizada por la Segunda Guerra Mundial, tuvo que ver como sus hermanos mayores pasaban sus horas en discotecas abarrotadas de ruido y de gente, presumiendo de zapatos y hablando de temas insustanciales. La generación del Baby Boom fue testigo de como sus padres les daban todo lo que pedían, convirtiéndose, con permiso de la Generación Loolapalooza o X y la actual Y, en la generación más malcriada de la historia. Y, al tener todas las preocupaciones materiales resueltas, muchos de ellos optaron por resolver las espirituales... Y no precisamente como sus padres, quienes acudían al "pater" de guardia para que les absolviera todas sus faltas a la ley de Dios. 

Dijo aquel sabio suizo llamado Einstein: "Todo lo que sube ha de bajar". Y de la idea superultra materialista de la existencia, pasábamos a la idea materialista dialéctica de la existencia, a la contracultura, al reino del Rey Lagarto, su primera ministra Janis Joplin y su programa ideológico psicodélico. Y en 1968, todo saltó por los aires. La Generación del Baby Boom se enfrentaba a la generación anterior y todo lo que representaba, aunque fue la generación que les pagó religiosamente la universidad que muchos de los miembros tanto de una generación como de otra jamás pisaron.

Tras las protestas, Berkeley ha sido siempre catalogada como el paradigma del izquierdismo americano. Las consecuencias del movimiento materialista de Berkeley (no olvidemos que la mayoría de los miembros del Movimiento Libertad de Expresión, aunque este prohibía la adscripción política a algún movimiento, no ocultaban su admiración a las naciones-prisión del proletariado) implicaron algo: El ser humano tenía que interaccionar con sus semejantes otra vez.

De la discoteca pasamos al pub. Allí se hizo patente el flujo de ideas del mayo del 68 y allí fueron los principales foros de debate de las ideas del ayer y de hoy. Berkeley, sus agitadores, Marx, el senador McCarthy, Nixon, Mao, Ho Chi Minh, Sartre, el mayo francés, las "fatwas" de el Barbas... Equivocadas o no, o dejaban a nadie indiferente, con debates con tertulianos a favor de sus posturas o en contra. Y eso duró hasta bien entrados los 80.

Con la llegada de Gorbachov al poder, los alejamientos sucesivos de la línea soviética producidos por los partidos materialistas europeos (los partidos comunistas de España, Italia y Francia), la firma de los acuerdos SALT contra misiles balísticos, las victorias de Thatcher y Reagan, todo ello sumado a la mejora de las condiciones de vida, hizo que se volviera a la mentalidad "competir materialmente con el vecino" y el aparenteo. Las discos volvieron de nuevo a la primera plana y el pub, y sus intensos debates quedaron relegados a un segundo plano. La humanidad, que tanto se había dicho anteriormente, ya no tenía, otra vez, nada que decirse.

Esto ha seguido así hasta el día de hoy. La Humanidad no se ha dicho nada en casi tres décadas y eso que vivimos en la generación mejor comunicada de la Historia. La Humanidad se ha convertido en una suerte de robots antropomorfos con apariencia de fantasías gays de gimnasio o de ejecutivas agresivas del mundo de la publicidad. La diferencia es que ellos creen que viven con una mala conciencia heredada de sus padres, una mayoría silenciosa de materialistas dialécticos con forma de ricachos hijos desviados de los vencedores de la Guerra Civil Española (cosa que no me sorprende: para ser de izquierdas, hay que ser asquerosamente rico).

Admito que Berkeley no es el mejor ejemplo de la Humanidad consciente, en sus foros, en sus ágoras, hablando de cambiar el mundo. Pero es lo más parecido que se ha creado para cambiar el mundo. Los intentos de Berkeley fue para cambiar el mundo casi siempre hacia lo nuevo. Pero no olvidemos que siempre hubo gente que quiso pegar un salto atrás, como el imán Jomeini, para evitarle un chapucero salto al vacío al ser humano a un mundo nuevo que puede que no tenga lo bueno del viejo.

Conclusión: Hace falta un nuevo Berkeley, unos camisas negras de la revolución, un barbas, un calvo con bigotes diabólicos, un tipo con una kipá y una metralleta... Lo que sea. Pero el ser humano debe volver a creer en algo. Viejo, nuevo, anterior, posterior, ventral, dorsal, rostral... Pero algo que nos salve de la decadencia de este mundo y nos haga volver a tener algo que decirnos aparte de las críticas al último iPhone, de la moda de los taconazos de aguja, del pedo que nos cogimos el sábado, del año en que vivimos peligrosamente por no usar condones... Y relanzar una humanidad que salga del bucle entre democracia y dictadura. Una Humanidad dispuesta a ser consecuente con el rol de cada uno de nosotros, a ser como realmente somos... Y no dejarnos cambiar por nadie, ni por nada. 




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