sábado, 7 de septiembre de 2013

La espiral de errores o el muro de Pink Floyd.

Bien sabemos que este mundo es el resultado directo de las pasadas pugnas entre el materialismo dialéctico y el capitalismo. Por culpa de ambas ideologías, el mundo ha sufrido embates fuertes, hasta que al final, el capitalismo salió vencedor, y las consecuencias han sido a nivel económico, positivas para las personas del mundo occidental y desarrollado. Las conquistas sociales de Occidente, trufadas con briznas tiernas sacadas del tarro del socialismo, han garantizado que todo el mundo (salvo en países más liberales) tiene de todo lo material e intelectuales. Pero... ¿Y lo espiritual? ¿Lo moral? Eso no lo ha conseguido nadie aún sin hablar desde un púlpito o bajo los vapores de la "Guinness" en alguna taberna de Dublín. Occidente está enfermo. Enfermo de su ego. Y es que desde que Keynes mató a Marx (porque fue Keynes, no Smith), Occidente se ha encerrado en un bucle, en el cual se han cometido errores de libro. No son los errores materiales, son los errores del alma. Y son, curiosamente, los mismos errores que cometió su oponente, el bloque soviético y que antes cometieron los nazis.

Occidente está postrado emocionalmente en una cama, con un cuenta gotas, suplicando que le den la eutanasia o que alguien le vuele en pedazos. Y no por los fallos del capitalismo (que seguro que los tiene) si no por los fallos de sentimientos. Los comunistas negaban la individualidad de los hombres, y con ello, su libertad. Ahora, Occidente tropieza con la misma piedra y crea otra dictadura tan asesina como la del proletariado, basada en la constante repetición de errores de libro,en la misma espiral: La dictadura del "qué dirán".


La dictadura del "qué dirán" es una dictadura todavía peor que la comunista y la fascista. Es una dictadura con aires de libertad pero con una enorme presión social. Si no eres como los demás, estás fuera del juego. Pero la dictadura del "qué dirán" cumple con una premisa con el infierno: Es donde muere la razón. Lo otro sigue las ideas más profundas del hombre, pero esto sigue las paridas de la moda, de lo superficial y de lo inútil. Confieso que no me opongo a nada de esto: Me gustan algunos grupos actuales, me gusta la informática, las chicas bien arregladas y de vez en cuando veo a mi Atlético de Madrid querido, pero sería deseable que cuando hablo con una belleza escultural no se me revuelva el estómago cuando oigo algo que me parece un síntoma sacado de la Enciclopedia del género "gili".

Lo grave de esa dictadura es que va más allá de las modas: va sobre la personalidad. E impone un estereotipo cruel que no todos los mortales pueden satisfacer, sin darle remedio al problema, sentenciándolos al desprecio y a la indiferencia. ¿No hay solución para los que somos distintos?

Nada. Es como hablar con un muro. El muro de Pink Floyd. Lleno de ladrillos idénticos forjados por un patrón de falso colectivismo y de un más falso individualismo. El ser humano no puede vivir sin sus semejantes, pero con sus semejantes, puede que tampoco. Y así hemos llegado al final de la exposición de la "dialéctica del ser humano": El que es distinto se da cuenta de que es distinto. Intenta cambiar golpeando el muro de Pink Floyd, pero lo que hace es que la sociedad le detenga por agresión a la propiedad. Y así, infinitas veces. Quiere volar por encima del muro. Pero está atrapado en la dictadura del "qué dirán". Y así sucesivamente. La espiral de errores. ¿Hay algún modo de romperla?

Eso no lo sé. Pero la cuestión es que está ahí el muro. Y ruego que a nadie le detenga nada el ser como es. Que ame, que viva, que viva su soledad. Pero nadie es más puro que nadie. La gama de grises es inmensa. ¿Hacia dónde irémos? ¿Hacia la blancura pristina? ¿Hacia la oscuridad?


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